Hay algo que me pasa a veces cuando estoy viendo una película que conscientemente estoy disfrutando. Y es que en momentos puntuales de su visionado, pienso por unos segundos en que esa será la primera y la última vez que experimente eso que tanto estoy disfrutando por primera vez. Eso a veces me causa cierta tristeza, ya que no quiero desprenderme de algo en lo que estoy tan a gusto. Y porque sé que esa sensación jamás volverá a repetirse.

Con ‘Anora’ me ha pasado eso, ya que es una película de la que no voy a querer desprenderme nunca.

Sean Baker se ha convertido en los últimos años no solo en uno de mis cineastas predilectos, sino en posiblemente el cineasta indie que mejor ha retratado recientemente el lado oscuro del sueño americano, con un tono sorprendentemente luminoso a pesar de lo cruda que puede ser la realidad de sus historias.

Si mi fanatismo hacia su cine no fuera suficiente para esperar con ansia su próximo film, su reciente Palma de Oro ha supuesto su consagración definitiva como uno de los cineastas indies por excelencia, lo que ha aumentado sin duda mi expectación ante ‘Anora’, posiblemente mi película más esperada del año a priori.

Con ‘Anora’, Baker efectúa un evidente y natural salto en cuanto a escala y ambición. Aunque sigue manteniendo intacta su esencia indie tan reconocible y celebrada, con los mismos temas centrales que articulan su impecable filmografía. Una de las más redondas del cine norteamericano reciente.

Así, Baker, con una mayor depuración formal y control visual respecto a sus anteriores films, trata de nuevo el tema del trabajo sexual a través del personaje que da título al film. Una trabajadora sexual, dueña de su cuerpo y que desde el primer momento se nos presenta como una mujer con bastante control sobre su vida, manejando y utilizando a los hombres a su antojo. Hasta que acaban utilizándola a ella.

‘Anora’ empieza como una frenética y desquiciada comedia y evoluciona rápidamente hacia una entrañable y divertida historia de amor, una especie de Cenicienta muy gamberra y muy representativa de la generación Z. Pero a partir de su segundo acto, la película se convierte en una alocada, desternillante y deliciosamente caótica aventura.

Y acaba finalmente desvelándose como la trágica historia de una víctima más de las fantasías y las falsas promesas propias de ese espejismo llamado sueño americano. 

 

Su primer acto es euforia pura y desenfreno y sirve para dar a conocer a su protagonista, un personaje icónico desde la primera escena en la que aparece y con el que te quedas hasta que acaba la película. Pero su segundo acto es directamente magistral en lo que a comedia se refiere. 

La secuencia en la mansión, que sirve además de presentación de esos magníficos secundarios que poblarán la segunda mitad de la historia, es de lo más divertido que he visto en el cine en mucho tiempo. Sean Baker y sus actores sobresalen demostrando un talento impresionante para la comedia física pura, con diálogos realmente brillantes y un gran dominio del ritmo y la improvisación. 

A partir de este mencionado segundo acto, ‘Anora’ se convierte en una montaña rusa (nunca mejor dicho) de la que nunca querrás bajarte.

Pero hablar de ‘Anora’ es hablar de su protagonista absoluta. Con Mikey Madison directamente nos debemos de sentir realmente privilegiados al poder atestiguar de una forma tan rotunda el nacimiento de una estrella.

Ella es la película. Un personaje destinado a ser desde ya uno de los más icónicos y representativos del cine contemporáneo. Todo premio que reciba la actriz es poco.

Madison demuestra desde la primera escena (esa gran secuencia de presentación en el club donde trabaja) que es una auténtica fuerza de la naturaleza y que no hay nada que se le resista. Comedia, baile, actitud, sensualidad, presencia, expresión y emoción. Gracias a ella, Anora se convierte en un personaje y un nombre que desde luego jamás olvidaremos. 

Pero ella no está para nada mal acompañada ya que estamos ante una película en la que todo funciona y eso incluye, por supuesto, su excelente colección de actores secundarios. Una de las razones que convierten este film en algo tan especial y orgánico.

Empezando por ese tan carismático como patético niño de mamá interpretado por un divertidísimo Mark Eydelsteyn (una especie de Troye Sivan ruso), cuya química con Mikey Madison es enternecedora en su primer acto y siguiendo por esos hilarantes guardaespaldas armenios y el personaje interpretado por Karren Karagulian, habitual en el cine de Sean Baker, que protagoniza muchas de las escenas más divertidas del film.

Destaca sobre todo el personaje de Igor, interpretado por un entrañable Yura Borisov, auténtico corazón de la película, cuya relación con Anora, construida a fuego lento a partir de ese excelente segundo acto, es tan inesperada como preciosa. Junto a ella protagoniza esa impactante escena final que da cierre al film.

Un cierre increíblemente potente y desgarrador que te deja con el corazón en un puño, resignificando toda esa exquisita diversión que has estado presenciado durante más de dos horas. 

Con la última escena del film, se rompe todo ese desenfrenado y emocionante cuento de hadas que vivimos a través de los ojos de Anora. Baker nos devuelve así a la desoladora realidad de una trabajadora sexual que sí, puede tener más dinero que antes, pero al final del día, su vida sigue siendo, por desgracia, exactamente la misma.

El cineasta norteamericano nos noquea con un inesperado golpe de realidad que termina de dar sentido a la película. El impulso que necesitaba para redondear la película y ser así finalmente catalogada como una triste pero exquisita obra maestra. 

Una película en la que por momentos te quieres quedar a vivir para siempre, por sus altas dosis de escapismo y diversión, secuencias realmente desternillantes y por contar con un excelente grupo de personajes tan imperfectos como carismáticos, encabezados por esa Anora interpretada por una Mikey Madison que es una estrella rotunda y absoluta. 

Poco más hay ya que añadir ante la que posiblemente sea la mejor película tanto del año como de su director (empatada quizás en este aspecto con ‘Tangerine’).

Gracias Sean Baker, una vez más, por esta película. No quiero nunca desprenderme de ella.