Tras las excelentes ‘Verano 1993’ y ‘Alcarrás’, Carla Simón continúa y cierra de manera contundente esa especie de trilogía sobre la memoria y la recuperación de un paso olvidado o silenciado con ‘Romería’, una de las películas más especiales y personales del año.

Con ella Carla Simón se adentra de lleno en su propia vida para tratar de cerrar de alguna manera esa herida aún abierta para ella: la falta de recuerdos derivada de la muerte de sus padres a causa del SIDA. Una herida personal sobre la que la autora ha vehiculado toda su filmografía hasta la fecha y que en este film ocupa la parte central de su relato. 

Pero también se trata de una herida social y colectiva, ya que Simón se atreve a hablar y a destapar un tema que muchos han silenciado y ocultado deliberadamente como es la epidemia del SIDA en la década de los 80-90 en España, cuyos estragos siguen sufriendo muchas familias. En este caso, derivada de la adicción a las drogas.

Carla hace así paces con su propio pasado con esta bellísima película, a través de la joven protagonista del film, Marina. Un álter ego cinematográfico de la cineasta encarnada por la debutante Llucía García, que presenta un magnetismo innato. Marina realiza un viaje en el que trata de buscar su identidad y terminar de armar todas las piezas que tiene y que le faltan para reconstruir la historia de sus padres, provista únicamente del diario de su madre y de recuerdos vagos y alterados por el tiempo.

La joven actriz demuestra una gran química con el también debutante Mitch, con el que comparte gran parte de sus escenas. Y también cabe destacar a un envidiable plantel de secundarios que elevan la película en cada una de sus apariciones, como Tristán Ulloa, Janet Novas o una fantástica Myriam Gallego, que conforman una familia en la que impera el silencio mantenido durante años.

A través de estos personajes, Simón retrata una serie de patrones y comportamientos familiares en los que, no obstante, muchos podemos ver también reflejadas a nuestras propias familias.

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Carla mantiene su característico estilo naturalista casi documental, aunque presenta una estructura narrativa algo más clásica que sus anteriores films en su primera mitad, por esa propia concepción del film como viaje. Pero hacia el tercer acto le añade un toque surrealista y onírico en el que es quizás el mejor segmento de todo el film.

Una larga secuencia en la que la cineasta reconstruye, a modo de flashback, la historia de sus padres, dejando imágenes tan bellas como poderosas y cargadas de gran significado (esa brutal secuencia de baile fantasmal pone los pelos de punta). 

Así que, en definitiva, ‘Romería’ es la constatación definitiva de que Carla Simón es una de nuestras cineastas más especiales y sobresalientes. Una película con la que ella misma cierra de manera absolutamente preciosa y catártica una herida personal que también es una herida colectiva, visibilizando un episodio absolutamente silenciado durante años y un problema que persiste hasta nuestros días, como es el consumo de drogas, algo que está profundamente integrado en el tejido social. 

Afortunado de vivir en un mundo en el que existe Carla Simón y películas como ‘Romería’.