Aménabar, uno de nuestros mejores y más importantes cineastas, regresa con ‘El cautivo’, una película que refleja el periodo en que Miguel de Cervantes permaneció cautivo en Argel. Con esta película, el cineasta reivindica el poder de contar historias a través de la figura del joven Cervantes, atreviéndose a indagar en los aspectos más desconocidos (o menos tratados) del escritor, como es su identidad sexual.

‘El cautivo’ es una película que, en general, me ha cautivado profundamente (perdón por el fácil juego de palabras). Amenábar sigue la estela de films históricos enfocados en figuras reales, tras ‘Ágora’ y ‘Mientras dure la guerra’, pero en esta ocasión va más allá y entra de lleno en mostrar y reivindicar de alguna manera la identidad sexual de Cervantes, a través de una preciosa historia de amor muy bien construida que realmente acaba emocionando.

Y, como el propio Don Quijote de La Mancha, el cineasta cruza en varias secuencias los límites entre realidad y ficción, incluyendo también numerosos (quizás demasiados y poco sutiles) guiños al Quijote, obra cumbre de la Literatura universal.

El joven Julio Peña da vida a Cervantes, protagonista absoluto de la película, obteniendo un resultado más que notable para el que es su papel más importante hasta la fecha.

Pero realmente la película está plagada de secundarios de lujo como ese atractivo Bajá de Argel interpretado por el italiano Alessandro Borghi, que tiene una gran química con Peña, Miguel Rellán como Antonio de Sosa, mentor en cierto modo de Cervantes cuya subtrama resulta finalmente de gran importancia y calado en el film, o, sobre todo, ese cura interpretado por el fantástico Fernando Tejero, auténtico villano del film.

En definitiva, ‘El cautivo’ resulta una de las películas más completas y emocionantes del siempre preciso Aménabar, en la que es quizás, a pesar de lo que pueda parecer, su película más personal, en la que más ha mostrado su propia identidad e inquietud artística.

Todo un homenaje a uno de los escritores más importantes de todos los tiempos y, sobre todo, una reivindicación del poder que tiene el contar historias. Algo que resulta realmente emocionante.