Estaba claro que autor tan particular como Christopher Nolan , del que me declaro fiel seguidor, no iba a hacer un biopic al uso. La película supone, de entrada, un estudio de personaje profundamente autoral que evita a toda costa caer en los tópicos de este género. Para ello, Nolan utiliza distintos mecanismos propios del drama psicológico, el thriller, el drama judicial e incluso el cine negro (el personaje de Florence Pugh podría ser lo más parecido a una femme fatale en la película).

El director continúa en esta película con algunas de sus señas de identidad incluyendo, como no, la estructura narrativa no lineal. La trama va dando distintos saltos temporales entre pasado y presente, permitiéndose incluso algunos momentos no narrativos casi oníricos que contribuyen a acercarte a la psique del protagonista y a sumergirte más en este inusual biopic de tres horas. 

Es cierto que su larga duración se nota puntualmente, especialmente tras el clímax de la película, el momento de la detonación de la bomba. Esta supone, por cierto, una de las secuencias audiovisualmente más impresionantes que he visto en una pantalla de cine en mucho tiempo, en la que Nolan demuestra un uso magistral de la tensión y, sobre todo, del silencio. Tras este momento, el ritmo disminuye levemente, aunque en su último acto vuelve a elevarse nuevamente hasta el final. Un desenlace que deja unas reflexiones que golpean en toda la cara al espectador, acabando con un impactante primer plano del protagonista que encierra todo el mensaje de la película.

Por momentos, el montaje frenético y la presencia constante de la música (uno de sus puntos fuertes) pueden producir la sensación de estar viendo un trailer de tres horas. Y no lo digo necesariamente como algo malo. Pero está sensación acaba desapareciendo, como digo, hacia el final de la película. 

Reiterando de entrada mi devoción a Nolan, es cierto que la construcción de los personajes femeninos en su cine ha sido siempre uno de sus principales aspectos a mejorar. Generalmente en sus películas, su presencia suele ser reducida en comparación con los personajes masculinos y su arco suele limitarse a ser un mero acompañamiento al hombre de turno. Aunque hay excepciones puntuales, esto ha sido una constante en su cine.

Aquí, aunque el personaje de Florence Pugh quede bastante desdibujado y se limite a basarse en clichés (por mucho que la actriz esté, como siempre, espectacular), es verdad que se nota un leve cambio en el personaje de Emily Blunt. La actriz aprovecha al máximo sus intervenciones, evitando caer en los usuales tópicos de esposa abnegada y contando además con algunas de las mejores escenas de la película, en un trabajo digno de nominación a premios, al igual que todo el excepcional reparto de la película.

Pero si hay alguien que verdaderamente destaca por encima de todo en el film es Cillian Murphy. Sobre él recae todo el peso de la película, aunque el actor logra salir airoso entregándose en cuerpo y alma al personaje que da título al film. En su rostro se muestra todo un arco de emociones que van desde la inquietud y la pasión inicial al dolor, los remordimientos y la culpa final. El suyo no es un personaje fácil, ya que está lleno de matices, al encarnar ese dilema moral sobre el que se sostiene todo el mensaje de la película.

Oppenheimer es un personaje con el que cuesta empatizar al principio, pero poco a poco Nolan te va a acercando a él y a su prodigiosa mente, gracias a un abundante uso de primeros planos y, sobre todo, a la sobresaliente interpretación de este actor que pide a gritos una nominación al Oscar. Brillante esa presentación del personaje con la escena de la manzana, toda una declaración de intenciones.

La película plantea una interesante reflexión en cuanto a Oppenheimer y su condición de víctima o verdugo, sin llegar a posicionarse de un lado u otro, dejando que sea el propio espectador quién lo haga. En este aspecto es decisivo el personaje de Robert Downey Jr., un actor que hacía tiempo que no estaba tan bien. Su Lewis Strauss protagoniza la otra cara de la moneda, en un juego brillante entre blanco y negro y color, que obliga al espectador a contemplar los dos lados de la balanza. La manera en la que Nolan alterna los dos puntos de vista me parece una decisión magistral que eleva la película otro nivel.

En definitiva, ‘Oppenheimer’ supone la confirmación de Nolan como uno de los autores más importantes del Hollywood moderno y como uno de los mejores directores actuales, con un sentido del espectáculo y un manejo del ritmo y de la puesta en escena que no encuentra rival.

El director demuestra una vez más la condición del cine como una auténtica experiencia inmersiva para todos los sentidos. Una experiencia que no acaba cuando termina la película, sino que, como en casi todo su cine, se queda contigo tiempo después, permitiéndote reflexionar sobre una historia en la que, en este caso, no hay ni malos ni buenos.